22 mayo 2007

La gata



Tendido solo, bañado de aire nocturno, midiendo el silencio y la altura de su cima por los gritos debilitados de los barcos en el cercano Sena, el infiel retardaba su sueño hasta la aparición de Saha, que se le acercaba, sombra más azul que la sombra, avanzando por el borde de la abierta vidriera. Permanecía al acecho y no bajaba al pecho de Alain, a pesar de que le suplicaba con las palabras que ella conocía.


-Ven, pumita mía..., ven..., mi gata de las cimas..., mi gata de las lilas... ¡Saha, Saha!


Saha se resistía, sentada por encima de él, en el alféizar de la ventana. Sólo distinguía su silueta de gata, recortada en el cielo, su barbilla inclinada, sus orejas apasionadamente orientadas hacia él, y nunca pudo sorprender la expresión de su mirada.


La gata de Colette

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