Leyendo en el tren este artículo en Público http://www.publico.es/culturas/139881/proustazo mi cabeza jetlageada empezó a funcionar mediante una batería de preguntas: ¿Es un acto despiadado de merchandising o una obra de diseño ingeniosa? ¿Es bueno guardar cosas para evocarlas más tarde? ¿Si no nos acordamos de ciertas cosas es porque no han sido tan importantes para nosotros y por eso tenemos que provocar su evocación? Casi todos nos empeñamos en grabar y fotografiar momentos de nuestras vidas más o menos importantes pero ¿cómo se puede plasmar la esencia, el olor, la magia de un momento? ¿No es mejor que nuestra juguetona imaginación lo transforme e incluso disfrace, lo enriquezca y magnifique? Que conste que me encantan las fotos y que sigo luchando contra mi síndrome de Diógenes, de ahí mi mini reflexión.
Volviendo a la magdalena de cerámica, la broma cuesta 70 euros y todavía me pregunto cómo se conservarán los olores allí dentro y cómo se pueden meter cosas por esos huecos tan minúsculos.
Un día oí que es mejor viajar ligero de equipaje, a veces los recuerdos son un lastre que nos impide vivir el presente con una mirada limpia. Por mi parte, prefiero que los recuerdos me ataquen en mitad de la calle sin saber porqué, que recurrir a este cacharro que ni siquiera decora en condiciones.